“Nunca tengas miedo de confiar un futuro desconocido a un Dios conocido”. Corrie ten Boom.
“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo.”
Nelson Mandela
“Nunca tengas miedo de confiar un futuro desconocido a un Dios conocido”.
Corrie ten Boom.
“Debemos dejar de esforzarnos y confiar en que Dios proporcionará lo que Él cree que es mejor y en el momento que elija para que esté disponible.”
Charles R. Swindoll.
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Venía sucediendo hace años y sé que tenía todas las papeletas para que me ocurriera lo que me sucedió, una madre terriblemente hipertensa desde hacía muchísimos años, algo que le costó poco antes de partir con el Señor, una subida súbita de presión arterial que le originó la pérdida por completo de la visión de un ojo, y unas cuantas cosas más. No era la primera vez que me daba un subidón, como consecuencia de algún disgusto…. pero nunca pasó a mayores.
Es cierto que durante todo el tiempo de estar al cuidado de mi madre en sus últimos difíciles años y el modo en como sucedieron las cosas al final e incluso después, me pasaron mucha factura; pero simplemente di gracias a mi Dios por haber pasado por lo que pasé, y a pesar del dolor, iba saliendo adelante.
Lo cierto es que en los últimos tiempos se me iba acumulando trabajo, dormía muy poco, todo lo normal que suele suceder en este tramo de la vida; pero una noche en la que dormí muy pocas horas después de haber grabado una entrevista a una hermana en misiones en la selva Amazónica de Colombia, que sólo el Señor sabe lo que costó, me comencé a sentir mal, mi cabeza no paraba de doler y me sentía realmente mal; a la mañana siguiente le pedí a mi esposo que me tomara la presión arterial y la tenía bien alta; entendí que era fruto de todo lo que estaba ocurriendo y simplemente comencé a cuidarme como sabía que tenía que hacerlo…. El hijo del carpintero algo aprende de clavos, mi padre siempre me explicaba muchas cosas y yo las absorbía y nunca las olvidé. La presión comenzó a bajar, pero como suele ocurrir, sucedieron cosas como la partida de hermanos y demás.
Un sábado en el que fuimos con muchísimo gusto a la encomendación al ministerio de un familiar muy querido por nosotros en la amada iglesia de Castiñeiras, con el local lleno a rebosar y un montón de hermanos a los que no había podido abrazar por años; el coro y todo lo emocionante… comencé a sentirme mal, no sabía lo que me pasaba, sólo sabía que aquello no iba bien y cuando pude le pedí a mi esposo que volviéramos rápido y que me llevara al hospital; no podía conmigo.
Llegamos tarde en la noche y me pasaron muy rápido. La doctora de guardia me trató de forma exquisita, me miró bien y me dijo, relájate, te voy a tomar la presión; comenzó con calma y yo intentaba mantener la mía; en un momento me dijo: espero unos minutos y te la tomo de nuevo… cuando me la tomó de nuevo me quedé paralizada, tenía 21/10, y era muy consciente de lo que significaba aquello; luego me dijo… no te asustes, te voy a meter dos pastillas debajo de la lengua, tienes que esperar como una hora y media y revisamos, si no cede te tengo que ingresar.
Sólo el Señor de mi vida pudo mantener mi calma en aquellos momentos, sé bien que yo sola no podría, fui junto a mi esposo, le conté, me senté y a esperar.
No podía evitar que en mi mente, y en medio de todo aquello, la palabra Ictus, incluso ACV…. se pudieran escapar de ahí. En un momento de aquella angustiosa espera, me posé en silencio sobre la silla de delante, bajé la cabeza entre mis manos y suavemente cerré mis ojos y hablé sin articular palabra a mi Señor y le dije… Padre, si es el momento de llevarme contigo, estoy preparada, creo que he dado todo en esta vida por y para ti, hazlo sin problemas, pero ¡por favor! No me dejes tirada en una silla de ruedas o algo así, y dejé correr lágrimas sobre mis mejillas sin que nadie se pudiera percatar de lo que me estaba sucediendo. Mi confianza en mi Señor era absoluta; pero también mi miedo era real y consciente, sabía perfectamente la inmensidad de su poder, pero también que su voluntad es perfecta.
Cuando me llamaron de nuevo, la presión había comenzado a bajar y me dejaron ir a casa con la promesa de dos días de reposo absoluto, medicación, y el mandado muy fuerte de contactar con mi médico en cuanto pudiera. Di las gracias más profundas a mi Dios y me fui con todas las recetas, informes e incluso el justificante para no asistir a la presidencia de una mesa electoral que me habían asignado; eso era al día siguiente, además de que se iba a celebrar un precioso acto de bautismos en la iglesia a la que pertenecemos y en la que servimos.
Nada fue fácil en todo ese tiempo para mí y hasta el lunes en la tarde no podía contactar con la consulta del doctor que me lleva. Cuando lo hice, no tengo palabras, me dieron vez para dos días y mi querido doctor me llamó, me dijo algunas cosas hasta verlo, a eso se le llama vocación y quererte bien. Cuando fui ayer en la noche, fui tratada con sumo esmero, me dijo muchas cosas, me confirmó el tratamiento y me añadió alguna cosa más hasta la nueva cita, tranquilidad, dieta rigurosa de por vida y sin problema; me dijo, no te pasó nada, puedes estar tranquila, después de los cuarenta y más de los cincuenta… ni sabes la de personas que hay así y mucho peor… no hay problema, llámame en cualquier momento que necesites.
No es fácil adaptarse así, casi de repente a muchas cosas, y hasta encontrar el equilibrio en todo, no sucede en un momento, vine medio mareada pero muy agradecida por todo, primero a mi Señor, después al inmenso cuidado por parte de mi familia, ¿cómo no?, al cariño y oraciones constantes de mis hermanos… al doctor y a todo.
Sé perfectamente que podía haber escuchado las palabras:
“No tengo plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. Al instante los pies y los tobillos del hombre cobraron fuerza….” (Hechos 3:6-18)
Pero el Señor lo quiso hacer de otro modo y pasaré a la lista de los hipertensos cogidos a tiempo, bien tratados y obedientes… eso de la sal… es lo peor, pero el Señor todo lo hace bien, he perdido 4 kg. El tiempo del cuidado de mi mamá me pasó muchas facturas, pero soy feliz, tengo un sentimiento profundo de labor cumplida, de agradecimiento inmenso, de confianza redoblada en mi Dios y de saber que nada se escapa de su control, y puedo repetir junto a Corrie…
“Nunca tengas miedo de confiar un futuro desconocido a un Dios conocido”.
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